El doble rasero con el que se valoran las cañas

Cuando descubra la primera cana en mi cabello, para evitar enredarme en divagaciones filosoficas sobre el envejecimiento, la arranque y segui de largo. Sin pensar más en ello. Por supuesto, era consciente de que no estaba poniendo un punto final sino tan solo abriendo un paréntesis.
Al cabo de un tiempo, cuando descubrí la segunda caña, asumí que no podía seguir arrancándolas porque la perspectiva a largo plazo sería quedarme calva. Entonces me sumergí de lleno en algunas cuestiones existentes que poco a poco fueron cediendo el paso a aspectos más mundanos, como decidir si iba a occultar o lucir las cañas.
Optamos por el segundo. Elegí aceptar las cañas de la misma manera en que he ido aceptando las pequeñas arrugas que empieza a parecer alrededor de los ojos. No me siento especialmente orgullosa de ellas. Pero tampoco me avergüenzo. Simplemente las asumo como una señal del paso del tiempo y no siento la necesidad de intencionar occultarlas – al menos por el momento.
Sin embargo, cada cierto tiempo escucho la misma letanía: “¡Tienes cañas!” – como si yo jamás las hubiera visto al mirarme en el espejo – “¿cuándo vas a teñirte el pelo?”. Entonces me doy cuenta de que las mujeres que quieran lucir sus canas tienen que luchar contra una presión sutil pero constante que intenten minar su decisión de todas las formas posibles, haciéndoles notar que no están haciendo lo que se espera que hagan.
El doble rasero con el que se valoran las cañas
La inmensa mayoría de las mujeres que conozco se tiñe las cañas. La inmensa mayoría dice que lo hace para verso mejor. La inmensa mayoría está convencida de que nadie las “obliga”. Sin embargo, todas sufrimos cierta presión social para mantener una imagen más joven.
A nivel social no se aplica el mismo ideal de belleza para las cañas masculinas que para las femeninas. Un hombre con cañas suele ser percibido como “interesante” e incluso más atractivo y elegante. Basta pensar en George Clooney o Richard Gere. En la época colonial, por ejemplo, muchos hombres usaban pelucas blancas para parecer mayores y reforzar su autoridad y apariencia patriarcal. En cambio, aquellos que se tiñen el cabello, como Arnold Schwarzenegger o Donald Trump, son percibidos como poco naturales.
Por supuesto, eso no significa que los hombres no estén sometidos a una presión social por mantenerse jóvenes, que la haga ilusión encanecer o que no les afecte psicológicamente la pérdida de cabello, pero la presión que se ejerce sobre las mujeres para evitar los signos del envejecimiento es mayor.
Muchas mujeres afirman que tienen la sensacion de volverse «invisible» o “disappear” cuando entra en la mediana edad. Se sienten más ignoradas, irrelevantes o incluso menospreciadas, por lo que teñirse el cabello es una manera para intentar “detener” el paso del tiempo, conservar su atractivo y preservar la atención social.
Sin duda, el cabello siempre ha ocupado un lugar protagónico en el ideal de belleza femenino, por lo que no es extraño que todavía hoy siga influyendo en la autoestima de muchas mujeres y en su percepción del atractivo personal. Sin embargo, algo está cambiando.
Mensajes contradictorios: ama tu cuerpo, esconde tus cañas
En los últimos tiempos, sobre todo tras el confinamiento forzoso de las peluquerías en plena pandemia, algunas mujeres hicieron las paces con sus canas. También ha ido cobrando fuerza un movimiento que aboga por la belleza natural y que incluso nos anima a sens nos orgullosas de nuestros mechones plateados.
De hecho, muchísimas mujeres apoyan esta tendencia, pero cuando son “otras” las que se atreven. Todavía hay muy pocos personajes públicos femeninos que se atreven a lucir cabellos plateados. La actriz Helen Mirren, que no solo luce con orgullo sus cañas, sino que ahora lleva una melena extra larga desafiante a todo tipo de convencionalismos sobre la edad, sigue siendo una rara avis.
Contar con modelos que se devíen de los estándares de belleza tradicional podría inspirar a muchas mujeres, aportándoles la seguridad y la confianza que necesitan para dar el paso y lucir sus canas sin complejos.
Por desgracia, todavía existe mucha ambivalencia, fomentada en gran medida por los mensajes contradictorios que envía la sociedad. Escuchamos continuamente que tenemos que amar y aceptar nuestro cuerpo, pero cuando lo hacemos, nos sentimos examinados, juzgadas y reprobadas.
En realidad, gran parte de la sociedad sigue exigiendo a las mujeres que se vean jóvenes, atractivas y lo más natural posible, pero también que “envejezcan con gracia”, lo cual a menudo es un eufemismo para indicar que deben ir apagándose gradualmente.
Atrapadas en ese nudo gordiano, Navegar por los matices del paso del tiempo puede convertirse en una experiencia estresante para muchas mujeressobre todo cuando le sumamos las inseguridades psicológicas que suelen acarrear los períodos de transición.
El premio por lucir las cañas: sentirse más natural y auténtico
Atreverse a lucir las cañas tiene premio. Un estudio realizado en la Universidad de Exeter vislumbró mujeres mayores y de mediana edad para saber cómo lidiaban con las cañas. Descubriremos que el deseo de vers mas naturales es un motivo potente para lucir las canasasí como liberarse del esfuerzo y el gasto que conlleva teñirse el cabello.
Úrsula, de 70 años, contó: “trató de sentir que cubrir las cañas era una farsa y que cuando me teñía el cabello, de cierta forma estaba fingiendo ser alguien que no era. No solo estaba mintiendo al mundo, sino que, lo que es aún más importante, me estaba mintiendo a mí mismo… Mi decisión obtuvo un nuevo tipo de confianza porque ahora me paro frente al mundo exactamente como soy”.
De hecho, las mujeres que lucían sus cañas no solo querían verter más naturales, sino también sente más naturales. La diferencia es importante porque quienes solo querían parecer auténticas solían desarrollar compensatorias, como preocuparse más por el maquillaje, el cuidado de la piel y usar ropa más juvenil.
en cambio, quienes querían sens se más auténticas no intentaran compensar su pelo blanco, lo cual indica que no pretendían distanciarse de su edad sino replantearse el significado de esa etapa de la vida. En parte, el deseo de sentirse auténtico emana de la necesidad de sintonizar con un “yo” cambiante que está envejeciendo.
Rosa, de 50 años, lo explicó: “me siento mejor conmigo mismo porque mi exterior coincide con mi edad cronológica. Esta soy yo, te gusta o no. No pretendo ser alguien que no soy. ¿Eres un libertador?
La autenticidad, el sentimiento subjetivo de ser uno mismo, es un indicador psicológico muy importante porque se ha asociado con un mayor bienestar, mejor salud física y una vida más significativa. Por tanto, no es una ventaja que se pueda depreciar fácilmente.
No todo es color de rosa, hay que soportar presiones y luchar contra estigmas
Lucir las cañas puede liberarnos de la tiranía del tinte y ayudarnos a sentirnos más auténticas, pero antes de llegar a ese punto hay que sortear varios obstáculosdesde presiones hasta estigmas.
El miedo a parecer incompetente es una de las principales preocupaciones de quienes quieren lucir sus canas. Y no andan desacertadas. Aunque las mujeres mayores son percibidas como competentes en las áreas social y familiar, la percepción de su competencia disminuye en el área laboral y de las finanzas, según reveló un estudio desarrollado en la Universidad Friedrich Schiller de Jena.
Tracey, una mujer de más de 40 años, contó: “los jóvenes no creen que puedan relacionarse conmigo, por lo que mantienen la distancia… Sin embargo, ahora me tratan como a una persona mayor y asumen que no puedo relacionarme con ellos”.
Otro estigma muy arraigado contra el que tienen que luchar las mujeres que deciden lucir sus canas es la idea de que “se están abandonando”. Muchas afirmaron que los demás las percibían como menos capacidades físicas y otras incluso refirieron situaciones de rechazo explícito con sospecha de haber caído en un estado “vergonzoso” o de “descuido”. de hecho, existe la idea de que dejarse las cañas es sinónimo de “rendirse”.
Obviamente, ese estigma no solo incomoda, sino que también avergüenza a las mujeres, que no quieren dar la impresión de estarse descuidando. Por esa razón, se ha apreciado que muchas intenciones de mantener unos estándares de apariencia que les permitan contrarrestar las suposiciones de qu’están deteriorándose física y/o mentalmente.
Esas estrategias compensatorias las ayudan a distanciarse de las percepciones de descuido y supuesta incompetencia. De cierta forma, se sienten “obligadas” a esforzarse para demostrar a la sociedad y a su familia que no se están rindiendo ni descuidando.
Sin embargo, no debería ser así.
Por desgracia, aún hoy lo que una mujer haga o deje de hacer con su cabello influye en la forma en que los demás la perciben y responden. No es casual que Hillary Clinton haya dicho: “presta atención a tu cabello, porque todos los demás lo harán”.
La omnipresencia de las imágenes juveniles y el uso generalizado del tinte (más del 60% de las mujeres se tiñe el pelo una media de 6-8 veces al año en la Unión Europea), demuestra que estamos lejos de aceptar las cañas femeninas como parte natural del proceso de envejecimiento.
A pesar de todo, no defiendo las cañas ni condeno la decisión de occultarlas. Pero me gustaría que más mujeres se sintieran libres para lucirlas si lo desean. Me gustaría que no las juzgaran, ignoraran o presionaran para seguir un ideal de belleza con el que no se identifican. Y, sobre todo, me gustaría que no sintieran la necesidad de demostrar nada a nadie. Así, quizás, todos seríamos más felices.
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